15 Jan
15Jan

En una pequeña isla del archipiélago de Guna Yala, donde el sonido de las olas parece acompañar cada paso, vive María, una artesana guna cuya vida está entrelazada con los colores y las formas que da a sus molas. Desde niña, María observaba a su madre y a su abuela sentadas juntas, sus manos moviéndose con destreza, creando con paciencia pequeñas piezas de tela que, al unirlas, narraban historias antiguas. Historias que hablaban de la naturaleza, de espíritus protectores y del mar que tanto amaban.


A sus 68 años, María es una de las artesanas más respetadas de su comunidad. Para ella, las molas no son solo piezas de arte, sino una forma de expresión, una conexión viva con sus raíces. Cada diseño que borda tiene un significado profundo. 

Las formas geométricas representan las estrellas que guían a su pueblo por las noches, mientras que los colores vibrantes reflejan la flora y fauna de su entorno.María no trabaja sola. Al caer el sol, sus hijas pequeñas se sientan junto a ella, aprendiendo los secretos de su oficio, tal como ella lo hizo cuando era niña. Les cuenta historias mientras cose, relatos sobre los días de la Revolución de Tule, cuando su pueblo luchó por la libertad de seguir siendo lo que son: kunas.A través de sus molas, María ha encontrado una manera de compartir con el mundo su cultura y las historias de su comunidad. Los turistas que visitan la isla siempre quedan fascinados por sus creaciones, pero lo que ellos no ven es que cada puntada está hecha con amor, orgullo y la esperanza de que esas historias continúen siendo contadas por generaciones.

María sonríe mientras termina otra mola. Sabe que en cada pieza está tejiendo no solo una obra de arte, sino la historia de su pueblo y el legado que dejará a sus hijas.

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